El incidente de la escolar adolescente, que le hizo la digiseñal al Presidente López Obrador, en un acto político en Yucatán, es algo más que una anécdota que hizo reír a muchos, y puso el ceño fruncido a otros.
Y no es anécdota intrascendente, por muchos motivos.
Por un lado, los mexicanos somos proclives a una cultura de absoluto respeto, a quien, sea quien sea, asuma el cargo más alto al que puede aspirar un ciudadano de este país.
No son muchos los episodios en que públicamente se le falta el respeto al Presidente.
El más grave, le ocurrió al Presidente Echeverría, cuando imprudentemente, se metió, sin la protección del Estado Mayor, a la Universidad Autónoma de México, entre una multitud de estudiantes, exaltados y sin control, ofendidos por la matanza estudiantil del 68, con los que se enfrentó a gritos.
Recuerdo que a los gritos de los estudiantes, de asesino, Echeverría les contestaba: ustedes son unos jóvenes fascistas (hoy, les hubiera dicho neoliberales), y todo se salió de control, con un Presidente con el rostro ensangrentado, por una piedra lanzada por alguien de la turba estudiantil.
Sin escolta, Echeverría huyó del lugar, y fue rescatado por un ciudadano, que le ofreció llevarlo en su Vochito, hasta Los Pinos. Odió a José Murat, que le organizó el diálogo con los estudiantes, a condición de que no llevará al Estado Mayor.

Luego, sólo se documentan incidentes menores, que resolvieron con facilidad, con el eficiente Estado Mayor, o con sus recursos personales de conciliación, como el caso de Calderón, que reaccionaba muy bien en casos embarazosos, en los que se cuestionaba a gritos al mandatario.
Recuerdo una vez en que se tomaron fotos Fox y Martita, con unos jóvenes, uno de los cuales le puso cuernos con la mano derecha al mandatario, ante la risa generalizada, que no incluía al Estado Mayor.
En el caso de la joven yucateca, es un caso de aburrimiento y enojo.
Ella comentó que la llevaron sin su voluntad, a un acto político, con instrucciones de aplaudir lo que los estudiantes ni entienden ni les interesa.
Este detalle que no representa gran cosa, debe poner en la mesa de análisis del equipo de López Obrador, de abandonar las prácticas del pasado, que dicen aborrecer, de llevar a eventos políticos, a menores de edad y a gente que no tiene el menor interés de estar ahí, y que van obligados o por el estímulo económico que se les ofrece, para alzar la mano para aprobar o desaprobar obras, o simplemente aplaudir, a la señal de los operadores.
López Obrador aborrece al PRI, pero adopta sus prácticas.
Esto, expone a desencuentros de López Obrador, que va a experimentar que la gente se harta.
Y entonces es cuando el pueblo bueno, también se encabrona