La oleada feminista entró a la Universidad de Guadalajara, y amenaza con una crisis, por los múltiples casos de acoso sexual, que yacían en la oscuridad de las aulas.
De pronto, las alumnas se armaron de valor, y denunciaron a sus acosadores.
Ya lo habían hecho pero en la discreción de los directores de preparatorias y facultades, y todo se arreglaba en lo oscurito.
Hoy, las jóvenes lo hacen fuera de las aulas, y exhiben a sus agresores, fuera de las instalaciones universitarias.
Está vez empezó en la Prepa 1, donde se llegó al cinismo, cuando un profesor le tocó el pecho a una alumna, en presencia de sus compañeros.
Y el asunto siguió la ruta tradicional, donde el director recibió la denuncia, y pidió tiempo para resolverlo.
Siempre fue así, por el prestigio de la escuela.
No está vez.
Los compañeros, y los padres de familia cerraron las puertas de la escuela, y exigieron castigo al acosador.
Luego vinieron más denuncias, muchas de las cuales habían quedado en un «arréglense con el maestro, y no hagan escándalo».
Pero esta vez estaban decididas las víctimas, e hicieron públicos los nombres de los maestros libidinosos.
El director, David Zaragoza, tuvo que proceder diferente, y suspendió ocho maestros, sujetos a investigación. Las jóvenes ofendidas, presentaron denuncia ante la Fiscalía.
Los siguientes días salieron más denuncias, en varias facultades de la zona metropolitana, y en los entros universitarios.
El asunto cimbró las estructuras de la Universidad..
El rector se vio obligado a comprometerse a resolver todos los casos.
Sí la autoridad universitaria y los directores de escuelas de la UdeG, no hubieran servido como encubridores, éstos vicios se hubieran erradicado. En lugar de eso, protegieron a los maestros y no a sus víctimas.
El asunto es más grave de lo que se piensa.
Y más temprano que tarde conoceremos las consecuencias.