Ayer, 30 de mayo, se cumplieron 35 años del asesinato de Manuel Buendía, extraordinario analista político, que tenía una columna diaria, la mejor informada en el entonces mejor periódico del país, Excelsior, con el título de Red Privada.
No había un político de nivel, ni un periodista dedicado a los asuntos de la política, que no leyera a Manuel, día a día.
La noticia provocó asombro, dolor e incredulidad en la opinión pública.
Luego vinieron las especulaciones sobre el autor intelectual, de tan proditorio asesinato.
El gobierno deslizó informaciones que llevaban hacia grupos de ultraderecha, como los Tecos de la UAG, el Muro (una organización anticomunista estudiantil), y hasta narcotraficantes. Todo eso, para ocultar a quienes lo habían mandado matar, que eran (todos lo sospechamos), gente del gobierno federal.
Aunque nadie se atrevía a decirlo, todo mundo volteaba al tenebroso edificio de Bucareli, donde el jefe era Manuel Bartlett Díaz, Secretario de Gobernacion.
Bartlett había estado tratando de cultivar al periodista, sin lograrlo. Dicen que el funcionario le provocaba repulsión.

Bartlett manejaba la temida e ilegal Dirección Federal de Seguridad, por sus siglas DFS, temida en todo el territorio nacional, y responsable de miles de asesinatos políticos.
El jefe de tan terrible dependencia de Gobernación, era José Antonio Zorrilla, un policía temido por buenos y malos.
En las investigaciones se supo que este individuo le entregaba credenciales de policías de la DFS, a narcotraficantes, como Caro Quintero, Enrique Fonseca y muchos otros, para evitar que fueran detenidos u ni siquiera molestados por la policía. En las investigaciones, hubo un testigo, un fotógrafo de la dependencia, conocido como El Cepillín, quien les tomó las fotos a los narcos.
La investigación de la Procuraduría General de la República, concluyó que José Antonio Zorrilla había mandado matar a Manuel Buendía.
Cómo era la costumbre, el Procurador le envió la investigación a Bartlett, antes de solicitar las órdenes de aprehensión contra Zorrilla y otros implicados de la DFS.
Pero Bartlett, indignado, declaró inocente a Zorrilla, que así libró la cárcel, en 1985, un año después de que fue muerto Buendía.
Así se evidenció que no había un asesino intelectual, sino dos: Bartlett.
Pero en el siguiente gobierno, el Procurador Morales Lechuga revivió el caso, y ante las evidencias, detuvo personalmente a Zorrilla y lo puso tras las rejas
Con Manuel Buendía se fue uno de los analistas más brillantes e informados del siglo pasado.
Ese es Manuel Bartlett, uno de los hombres de más confianza de López Obrador, con quien espera sanear la política y acabar con la corrupción.