Me platicaba mi abuela, que, hace muchos años, cuando el camión de pasajeros iba llegando a La Piedad, centro de producción porcícola, los viajeros se llevaban un pañuelo a la nariz, para soportar el hedor de los cerdos, y que un señor, que al parecer no le afectaba el aroma, dijo:
-Huele a dinero.
Así, el acuerdo sobre las Villas Panamericanas, entre dos partes que parecían irreconciliables, ahora parecen hermanos.
Nueve años de un pleito legal que cobró fama, terminó, como imagina López Obrador a los delincuentes, pidiendo perdón en Palacio.
Casi una década de lucha, en un asunto que involucró voluntades de organismos de la sociedad civil, investigadores y universidades, interesados en proteger tal vez el último tesoro ecológico de la ciudad, termina oliendo como la Piedad de antaño.
El líder de la lucha, Alejandro Cárdenas, y los vecinos de Rancho Contento, invirtieron voluntades y dinero, en defensa del Bajío.
Y es que esa zona representa mucho más de lo que se imagina, como es el hecho de que el agua de Los Colomos depende de El Bajío.
El arreglo jurídico ya todos lo conocemos, pero el arreglo que no conocemos, y que seguramente no es de naturaleza jurídica, sólo lo imaginamos.
Alejandro Cárdenas, decía que para que fuera viable el uso habitación al de las Villas, los dueños tenían que aportar más de 200 hectáreas de amortiguamiento, algo que se antoja imposible.
En el arreglo sólo se aportan 40.
Y el negocio es redondo, pues los dueños pagarán una cifra cercana a los mil millones, y venderán los departamentos en más de cuatro mil
millones.
¿Verdad que la «Villa Panamericana» huele a La Piedad de antes?
Este tema da para mucho más.
Seguiremos.