DE LA IV TRANSFORMACIÓN, AL II IMPERIO

Por Rubén Bautista

No entiendo por qué Andrés Manuel López Obrador no vive en el Castillo de Chapultepec, si su estilo y convicción tienen raíces imperiales.

Lo importante de un político es descubrir su verdadera naturaleza, más allá de las formas con las que quiere engañarnos.

AMLO se viste de demócrata, pero su verdadera naturaleza es imperial, y así lo demuestran sus actos.

Un ejemplo de ello es su visita a Jalisco, de la que todavía me pregunto a qué vino a esta entidad, si lo del tren ya lo había anunciado, y lo demás fue llenar su ego con los vítores de la multitud que lo ama, a diferencia de los liderazgos locales, a los que les echa encima la maquinaria del partido, para que el Señor Sol brille en lo más alto.

Pregunto: ¿qué es lo que usted más recuerda de la gira de López Obrador en Jalisco?

Yo no tengo la menor duda, es la imagen de dos políticos de Jalisco, que se odian con el corazón, el páncreas, el hígado, los riñones y el estómago, que fueron captados por celulares, cámaras de TV y fotógrafos de los diarios, fundidos en el abrazo más hipócrita de que se tenga memoria en actos públicos.

Usted sabe que no había necesidad de ese montaje que le queda chiquito el legendario abrazo de Acatempan.

Ese gesto de «a ver, abrácense», es un gesto imperial.

En la República, que nosotros conocimos, el Secretario de Gobernación cita a los dos rijosos, y en cinco minutos los disciplina, y sabiendo que se van a seguir odiando, sabe también que se van a entender y trabajarán juntos, porque ya saben que el poder central no se anda con jugarretas.

A huevo. Eso siempre funcionó.

Lo contrastante, es que, en este régimen imperial, donde no existen las instituciones, porque está visible un solo hombre, que tiene dos cámaras a su servicio y voluntad, y un partidazo único, como el de antes.

¿Y los Secretarios de Estado? Esos son nada más para cuidar las formas, porque el Emperador se maneja solo y sabe hasta de aeropuertos.

México ya tuvo a un emperador, su serenísima majestad, don Agustín de Iturbide.

De ese arcón sacó AMLO los supersecretarios, unos individuos influyentísimos, que nombraba Iturbide en todas las entidades del país, y que anulaba a los poderes locales, porque ellos manejaban el reparto de los recursos del gobierno central.

No funcionaron la mayoría, y los demás fueron muertos o presos, a la caída del imperio.

Fuera máscaras, López debe vivir en Chapultepec.

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