Marco Antonio Nava, Héctor Morquecho, José María Pulido y José Antonio Fernández, a quienes hoy recordamos, compraron el boleto eterno jóvenes
Excelentes periodistas, agudos para hacer entrevistas, profesionales, buenos analistas y visionarios.
Héctor, a pesar de que tenía días enfermo, no dejó de trabajar, Chema, con la carga de una enfermedad que lo aquejaba de años, nunca se quejó y Pepe, hizo un enorme esfuerzo para hacer dos foros en un solo día, uno de ellos fuera de la ciudad, se cansaba al caminar, se agitaba al hablar, y sin pensar en su salud cumplió, como dicen, hasta con su último aliento.
A pesar de que los unía la misma pasión, cada uno era diferente.
Qué decir de Héctor, el sólo hecho que, a 15 años de su muerte, aún su figura siga vigente, dice todo lo que fue. Enamorado de su oficio, honesto, un devorador de libros, generoso, incorruptible, y como dijo en una ocasión Enrique Ibarra, alérgico e inmune al poder.
Chema, discreto en su vida personal, siempre mostro tranquilidad, respetuoso, pero con un humor fino, un sarcasmo elegante. Siempre se le veía alegre, no le gustaban los homenajes, ni los reconocimientos. «Al jefe no se le rebasa ni en el periférico», solía decir, o «el jefe siempre tiene la razón, aunque piense distinto».
Chema se ganó el cariño de un gran número de periodistas, cuando acudían a él, siempre los escuchaba, se daba el tiempo para un café, y nunca dudó en dar sus consejos.
El día que falleció su mamá, pidió se bajará un tuit donde le daban las condolencias. Tardé más de dos horas en que me respondiera un mensaje, le pedía la dirección donde velaban a su madre, lo hizo luego de que, ante su silencio, le advertí que, aunque no me diera el dato, yo buscaría por toda la zona metropolitana dónde se encontraba, y sabía que lo haría.
Ese día, tuve la oportunidad de conocer parte de su historia. Años trabajando juntos y desconocía su vida personal. Fueron, más de dos horas de charla, me platicó de sus hijos, hermanos, sobrinos, de su tierra, Tingüindín, que, si existe, y de su equipo de futbol, Zacatepec, porque si le iba al Zacatepec. Solo a Chema se le podía ocurrir dejar un tuit, para que este se publicara justo en el momento que su cuerpo entrará a la funeraria.
Aunque a Pepe lo calificaban como hosco y hasta creído, era todo lo contrario. Defendía la amistad como pocos, tuvo sus ratos de humildad, pero nunca fue dejado. Un gran ser humano, él nació para la televisión, dominaba el escenario como pocos, con un gran olfato de periodista.
Extraordinario entrevistador, su desconocimiento en algunos temas le permitía preguntar de una manera particular. Irónico, ocurrente, de rapidez mental y políticamente incorrecto. Algunos comentan que él decía lo que pensaba, y yo sostengo que no pensaba lo que decía, simple y sencillamente, lo decía.
En su mundo de estudiante, no pensaba estudiar comunicación. Antes de un viaje a Venezuela, se inscribió en la Facultad de Derecho de la UAG, a su regreso no estaba en listas, lo había cambiado a Comunicación, Gonzalo Leaño. No se equivocó, Pepe en el área de comunicación fue extraordinario, pero segura estoy que hubiera sido uno de los mejores abogados.
Cuando me enteré de que Pepe estaba invadido de cáncer, hable con Modesto, no le comenté la gravedad de la enfermedad, mi intención fue que tuvieran la oportunidad de lo que podría ser un último encuentro de dos amigos. Hablaron más de una hora, se contaron anécdotas, recordaron los buenos momentos y antes de despedirse, Pepe comentó: «Modesto, tú ya la libraste, y yo la voy a librar, hay que cuidarnos porque tenemos que hacer historia «.
Con Marco, casi no conviví, pero lo poco que lo traté, me encantaba su forma relajada de vivir.
De Héctor, Chema y Pepe, me quedo con sus enseñanzas.
En casa hay una tradición de hacer pozole de camarón en Cuaresma. En una ocasión los invite y Héctor quedo fascinado con el pozole, era abril del 2004. En varias ocasiones Héctor me decía » y para cuando el pozole de camarón» y mi respuesta siempre fue la misma «en cuaresma, espera a que llegue la cuaresma y los vuelvo a invitar «, Héctor ya no tuvo la oportunidad de llegar a la cuaresma.
Entendí que las cosas se deben hacer el día que uno lo deseé, ¿para qué esperar? ¿a quién le importa si se come pozole de camarón en cualquier día del año sin importar la tradición?
Con Chema, me tocó vivir de cerca sus últimos quince días, se resistía a que lo visitara en el hospital, hasta que cedió y se lo agradezco. Recibí llamadas y yo en lo particular hablé con las personas que llevaban estrecha amistad con Chema. La pregunta era la misma, quiero ver a Chema, pero él no quiere y yo les decía que la amistad es de dos. Y fue reconfortante saber que Chema logró despedirse de sus amigos y sus amigos de él.
Y de Pepe, son muchas, muchas las enseñanzas. Su partida me dejó y aún siento un enorme vació y un sentimiento de culpa, a pesar de mi cercanía, no me despedí de él. Los dos últimos meses fueron muy difíciles para él. Pasaba tiempo en el hospital, pero fueron pocas las oportunidades para verlo y en esas pocas, hablamos de todo, menos de su enfermedad.
Un día antes de que fuera entubado lo ví, sin saber que serían los últimos cinco minutos que tendría antes de su partida. Ya entubado, su hija, Daniela, me insistió en que pasara a verlo yo me negué, tenía un motivo, a Chema lo ví cinco horas antes de que falleciera y su imagen me marcó, pero con el paso de los días, el no haberme hablado con Pepe, aún y cuando estuviera entubado, también me marcó.
Así, que aprendí, que sin importar lo que uno sienta, con los amigos hay que hablar de sus problemas con el corazón en la mano.
Más allá, de las indudables cualidades profesionales, todos eran personas de bien, se
esforzaban cotidianamente, dejaron huella entre sus amigos, fueron amorosos con sus familiares y adoraban a sus hijos.
En lo personal, a pesar del tiempo a Héctor lo recuerdo con un inmenso cariño y agradezco su generosidad hacia conmigo, extraño esas largas charlas.
Y en menos de tres años, perdí mi mano izquierda y mi mano derecha.
Me tocó estar muy de cerca en los últimos momentos de Chema y Pepe, dos personas con las que me tocó convivir todos los días, su dolor y partida me sigue doliendo y más de una ocasión me he preguntado si haber estado tan cerca y haber pasado por momentos de tanto dolor es un castigo o una bendición.
Siempre queremos tener larga vida, y en ocasiones esto no es así.
Nos toca despedir a quienes coincidimos para ser amigos y terminan siendo familia